BUENOS AIRES.- Si no lo hubiese expresado la Presidenta en un discurso por cadena nacional, probablemente cualquier ciudadano que haya vivido la experiencia inflacionaria se hubiese sentido, al menos, desconcertado. Es que los argentinos ya conocen de memoria, los más pobres y los jubilados en primer lugar, la diferencia entre aumentos nominales y aumentos reales y nadie se traga nunca más la píldora de los anuncios que ponen plata en los bolsillos, para que luego se diluyan inexorablemente entre los aumentos de precios. Desde la política, lo que ha quedado como resultado de los argumentos que utilizó Cristina Fernández para presentar el aumento jubilatorio destinado a contrarrestar el 82% que avanza inexorablemente en el Congreso es que los mismos han tenido muy poco rigor económico y mucho de aquello que ella misma definió como el sentimiento de "dolor, fastidio y sorpresa" que le ha producido la movida opositora.
En materia técnica, el discurso empezó muy bien, con una referencia precisa al valor que el Gobierno le adjudica al cumplimiento de la Ley, ya que el aumento que se planteó surge de una precisa fórmula de cálculo que no se altera para nada en la ocasión, aunque habrá que precisarla. Sin embargo, enseguida comenzaron los derrapes, sólo con la intención manifiesta de gambetear lo más que se pudiera la palabra maldita: "inflación". Ocurre que para hacer funcionar automáticamente esa fórmula tan apreciada por la Presidenta hay poco que se le puede endilgar al "crecimiento" al que ella aludió y mucho al ajuste indexatorio que provocan sus términos, es decir el aumento de los salarios y la recaudación.
Y aquí llegó el segundo golpe al sentido común, cuando Cristina recordó que la oposición criticaba y decía que los ajustes "iban a ser mínimos, de apenas 4%, 5% y que, en realidad, estábamos haciendo trampa". Inclusive, la Presidenta se mofó cuando habló de la "era del hielo", referido a tiempos de congelamiento que incluyeron referencias pícaras a la falta de ajustes de la década del 90, cuando la estabilidad era manifiesta.
Como correlato de ambas cuestiones, queda más que claro que esta vez el ajuste ha sido alto porque la inflación ha sido alta. A lo sumo, en 2010 ese aumento nominal hará que los jubilados le empaten a la inflación. Pero luego hubo un tercer cimbronazo, cuando les dijo a los empresarios que no había razón para aumentar los precios, ya que la capacidad instalada en alimentos y bebidas les daba margen para fabricar, aunque omitió tomar en cuenta dentro de la ecuación de la oferta los aumentos en el costo de los insumos, incluido el componente salarial.
Este último comentario llegó de la mano de quizás una velada advertencia, ya que, al mejor estilo Guillermo Moreno, la Presidenta sentenció: "el que aumente los precios es porque quiere apropiarse de la rentabilidad. Y no le echen la culpa al Indec ni a la economía", remarcó. Sobre el final del discurso, Cristina volvió a demostrar que está enamorada del "modelo", cuando señaló que la leña que le agrega al fuego el Gobierno con estas medidas, destinadas a "sostener la demanda agregada", representan 1,35% del PBI, lo que debería garantizar, a su juicio, "un horizonte de consumo para invertir y producir".
Probablemente, esta decisión de fogonear el consumo aumente las proyecciones de crecimiento para 2010 a valores cercanos a 10%, lo que no está mal para un año antes de las elecciones, pero este cebar la bomba en algún momento puede dislocarse.
Desde una óptica totalmente diferente, Brasil acaba de ponerle freno a su propio crecimiento, ya que sus técnicos temieron cierto peligro inflacionario. Entonces, el presidente Lula decidió estancarse en 5% con una ortodoxa suba de tasas, para evitar que el mismo sea con pies de barro, al estilo argentino.
En materia técnica, el discurso empezó muy bien, con una referencia precisa al valor que el Gobierno le adjudica al cumplimiento de la Ley, ya que el aumento que se planteó surge de una precisa fórmula de cálculo que no se altera para nada en la ocasión, aunque habrá que precisarla. Sin embargo, enseguida comenzaron los derrapes, sólo con la intención manifiesta de gambetear lo más que se pudiera la palabra maldita: "inflación". Ocurre que para hacer funcionar automáticamente esa fórmula tan apreciada por la Presidenta hay poco que se le puede endilgar al "crecimiento" al que ella aludió y mucho al ajuste indexatorio que provocan sus términos, es decir el aumento de los salarios y la recaudación.
Y aquí llegó el segundo golpe al sentido común, cuando Cristina recordó que la oposición criticaba y decía que los ajustes "iban a ser mínimos, de apenas 4%, 5% y que, en realidad, estábamos haciendo trampa". Inclusive, la Presidenta se mofó cuando habló de la "era del hielo", referido a tiempos de congelamiento que incluyeron referencias pícaras a la falta de ajustes de la década del 90, cuando la estabilidad era manifiesta.
Como correlato de ambas cuestiones, queda más que claro que esta vez el ajuste ha sido alto porque la inflación ha sido alta. A lo sumo, en 2010 ese aumento nominal hará que los jubilados le empaten a la inflación. Pero luego hubo un tercer cimbronazo, cuando les dijo a los empresarios que no había razón para aumentar los precios, ya que la capacidad instalada en alimentos y bebidas les daba margen para fabricar, aunque omitió tomar en cuenta dentro de la ecuación de la oferta los aumentos en el costo de los insumos, incluido el componente salarial.
Este último comentario llegó de la mano de quizás una velada advertencia, ya que, al mejor estilo Guillermo Moreno, la Presidenta sentenció: "el que aumente los precios es porque quiere apropiarse de la rentabilidad. Y no le echen la culpa al Indec ni a la economía", remarcó. Sobre el final del discurso, Cristina volvió a demostrar que está enamorada del "modelo", cuando señaló que la leña que le agrega al fuego el Gobierno con estas medidas, destinadas a "sostener la demanda agregada", representan 1,35% del PBI, lo que debería garantizar, a su juicio, "un horizonte de consumo para invertir y producir".
Probablemente, esta decisión de fogonear el consumo aumente las proyecciones de crecimiento para 2010 a valores cercanos a 10%, lo que no está mal para un año antes de las elecciones, pero este cebar la bomba en algún momento puede dislocarse.
Desde una óptica totalmente diferente, Brasil acaba de ponerle freno a su propio crecimiento, ya que sus técnicos temieron cierto peligro inflacionario. Entonces, el presidente Lula decidió estancarse en 5% con una ortodoxa suba de tasas, para evitar que el mismo sea con pies de barro, al estilo argentino.